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miércoles, 23 de mayo de 2012

Pedido de justicia para Alejandro Bordón

Víctimas de la ficción policial





En un nota aparecida en Miradas al sur del domingo 20 de mayo de 2012 se hace una clara reseña del caso.
Alejandro Bordón subió al colectivo para ir a trabajar y lo detuvieron por asesinato. Luego de estar más de un año preso en Sierra Chica, comenzó el juicio. La acusación en su contra parece derrumbarse para demostrar cómo la Policía Bonaerense armó una causa para solucionar un asesinato que paralizó a la provincia durante toda una mañana.
El 5 de octubre de 2010 a las 5.30 de la mañana, camino a la empresa de la línea 524, el chofer Juan Alberto Núñez fue asesinado de dos balazos certeros en el pecho. Los ecos sociales del crimen no tardaron en aparecer: la Unión de Transporte Automotor (UTA) convocó a un paro general y movilización, que duró más de cuatro horas, y denunció que “estas muertes están pasando reiteradamente, y que este hecho fue la gota que rebalsó el vaso”. La prensa lo explicó muchas veces, con una sola palabra: inseguridad.
La misma noche, la Policía Bonaerense anunció que el asesino había sido detenido a tres cuadras del lugar, unos minutos después de matar a Núñez, mientras intentaba escapar en otro colectivo. El comisario Guillermo Britos, entonces jefe de la Departamental de Lanús –hoy diputado provincial denarvaísta–, lo anunció al día siguiente: “Todo lo que se ha investigado hasta el momento indica una hipótesis pasional”, dijo. La cosa era simple: Alejandro Bordón había matado a Núñez porque tenía un amorío con Susana Fleitas, su pareja. “Es una familia que tiene antecedentes penales”, dijo Britos. Todo era falso.
Alejandro Bordón dijo que iba esa madrugada, como el resto, a trabajar en el catering del Aeropuerto Jorge Newbery. Alcanzó a la carrera el colectivo que lo llevaba de Monte Chingolo al centro de Lanús, pero el oficial David Alberto Quijano –según contó el miércoles pasado, en la audiencia inaugural del juicio oral– lo miró a los ojos y lo detuvo a los golpes, sin identificarse, porque “era mi vida o la suya”.
Durante la instrucción de la causa, el fiscal Andrés Devoto se conformó con la versión policial: los únicos elementos eran la acusación del propio Quijano –que luego no lo identificó en rueda de reconocimiento– y el testimonio de dos amigos que estaban en la puerta de una casa de la cuadra. La prueba de dermotest había dado negativa y el arma –hallada unas horas más tarde en casa de una vecina– no tenía sus huellas.
El teléfono de Núñez llegó sin precinto a la Asesoría Pericial de La Plata, que asentó por escrito la desprolijidad. Tenía copiado íntegro el directorio de Alejandro, incluyendo el teléfono de Susana, del Banco Francés donde tenía una cuenta y la clínica donde se atendía.
Si la evidencia previa era pobre, la primera jornada de debate la empeoró. Quijano cayó en flagrantes contradicciones. Una de las hijas de Núñez dijo que sus padres se habían divorciado hacía un año y medio porque era mujeriego, algo que reafirmó su madre y un tío, pero que nunca habían mencionado en sus declaraciones anteriores. Los dos testigos de cargo dijeron no poder asegurar –como decía en el expediente– que a quien vieron disparar y quien subió el colectivo fuera la misma persona, y que fue Quijano quien les preguntó si era, a lo que habían respondido “que podía ser”. El chofer del colectivo que subió dijo que Bordón era pasajero habitual, lo contrario a lo que –por escrito– había declarado. Más grosero fue lo que sucedió con Osvaldo Botti, el chofer que supuestamente había soltado el rumor de que su compañero y Fleitas eran amantes. Dijo que conocía a Bordón del recorrido y que nunca había dicho tal cosa. El fiscal de juicio pidió que reconociera la firma al pie de su declaración ante el fiscal Devoto. Estaba falsificada.
“Estamos muy confiados en que la semana que viene va a haber un fallo absolutorio”, dice su abogado Eduardo Soares. “Con la Bonaerense es peor de lo que la gente piensa: incluso, si detienen al autor le plantan prueba. Después la Justicia tiene que soltar a un culpable. Los fiscales de provincia compran eso, y el ministro Casal lo legitima.”
Al cierre de esta edición, declaraban Alejandro Bordón y su mujer, Susana. “Van a achacar con lo de la infidelidad –dijo la mujer–. Pero yo estoy tranquila, hace veinte meses que remo con esto.” “Estaba en el momento y el lugar equivocado”, concluye Soares.

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