Banalización y doble discurso ante la violencia de género
Enviado por pikara el 25 Noviembre , 2010
Especial 25-N contra la violencia machista
2010. 61 mujeres “víctimas” de la violencia machista. Atropellada. Degollada. A tiros. Descuartizada. Titulares como éstos aparecen cada día en televisión. Nos pasan por delante tantas imágenes y palabras vacías que ya ni siquiera nos dan información sobre lo que está sucediendo. El dolor pierde su sentido cuando se mediatiza. La barbarie se banaliza. Hoy los medios de comunicación dominantes han espectacularizado y despersonalizado la violencia machista. La saturación visual y sonora junto a la manipulación del lenguaje, transmiten un imaginario de mujer-víctima que sufre la agresión como consecuencia de una decisión propia: “Le había pedido el divorcio”, “le había denunciado”, “le había abandonado”.Alba Pons y Clara Martínez, integrantes de Interferències- Recerca i TRANSformació de Gènere.
¿Por qué si hay tantas formas de violencia machista, el Estado sólo se centra en la que se da en el seno de la pareja?
Fórmulas estandarizadas presentan estos crímenes como sucesos ordinarios, el público será inducido a pensar: “otra más”, sin detenerse a reflexionar sobre los factores que los posibilitan, ni en si esos factores se encuentran también en su cotidianidad. Los medios de comunicación van a lo emocional, desde donde saturan, banalizan y vacían de contenido la noticia, espectacularizando la violencia de género sin proporcionar herramientas de reflexión sobre la raíz del problema. Así se sigue perpetuando el modelo de orden social patriarcal. Ahí está la complicidad entre medios y política institucional, en la individualización de un problema que es estructural. Se asume y se transmite la existencia de una causalidad individual enfatizando el papel de mujer-víctima a la vez que se esconde una causalidad mucho más compleja, una causalidad social, genérica, histórica y personal. Se facilita y legitima la invisibilización de un hombre-agresor, y así, se articulan las políticas y otros dispositivos alrededor del sujeto mujer, obviando la transversalidad social del género e ignorando que el género es, básicamente, una relación social.
Por encima de la necesidad de atacar las causas estructurales, se ha impuesto la vertiente penal, el castigo por la conducta violenta, hasta el punto que el 80% del presupuesto vinculado a la ley estatal “De medidas de protección integral contra la violencia de género” estaba destinado a reformas penales, es decir, a la represión y no a la prevención.
Hay un importante problema de doble discurso: se utiliza la retórica del modelo integral pero no se incluyen medidas que impulsen un verdadero cambio social, que contemplen la transversalidad del género, y que, a su vez, destinen los recursos necesarios para dar cobertura a las consecuencias de la violencia.
Evidentemente es menos costoso a nivel económico emprender reformas legales que promover esta transformación social y cultural y más, teniendo en cuenta que con dichas reformas ya se ofrece una aparente seguridad y se silencia la alarma social que genera el problema.
La violencia que contempla esta ley es la que se da en el seno de la pareja. ¿Por qué si hay tantas formas de violencia machista, el Estado solo se centra en ésta? La respuesta va más allá de una mera cuestión de gasto público. La violencia en las relaciones afectivo-sexuales desestabiliza uno de los pilares básicos del Estado Patriarcal, la institución fundamental para el funcionamiento del sistema político y económico liberal: la familia, unidad mínima de producción, consumo y orden social.
Las nuevas leyes sobre violencia de género de ámbito estatal y autonómico suponen un avance, pero su débil incidencia en la realidad social y su escasa implementación, evidencian el doble discurso, la retórica del modelo integral y la poca consistencia de las políticas “parche”. Se disfraza de política social una política meramente dotadora de derechos cuya eficacia no sobrepasa el papel, no transforma la realidad.
La violencia de género no es una, son muchas y diversas, y son transversales en un sistema donde las formas de pensar, sentir y actuar están asociadas a unos modelos de feminidad y masculinidad aceptados socialmente, que se asumen como estables, únicos y excluyentes. Las violencias de género son dispositivos con el objetivo de que las personas nos adaptemos a estos modelos constituyéndonos en parejas heterosexuales que permitan la reproducción social de este sistema, desde el cual se elaboran políticas y leyes que al final están silenciando la verdadera raíz del problema: las opresiones que sufrimos las mujeres y personas que ni nos adaptamos a la feminidad y masculinidad hegemónica, ni a la heterosexualidad, que no nos adaptamos al marco lógico de las normas de género, matriz cultural que constituye la base de la familia y, consecuentemente, del Estado.
La igualdad no es cuantificable. La integración no es una posibilidad real de transformación. El reto actual está en cómo articulamos procesos de cambio radical de la cultura de dominación masculina, a la vez que damos cobertura a las consecuencias de esta misma cultura, de esta realidad machista, lesbófoba, tránsfoba y homófoba que asesina y agrede día tras día a mujeres y personas que no encajamos en los dos únicos horizontes identitarios aceptados socialmente.
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