Alocución
 de Pablo Micheli, Secretario General de la CTA, en el "X Congreso 
Nacional sobre valores, pensamiento crítico y tejido social. Imperativos
 del tercer siglo como Nación: Desarrollo integral, inclusión social y 
cultura del encuentro", organizado por la Asociación Cristiana de 
Jóvenes y que se desarrolló en el Auditorio Juan Pablo II de la 
Universidad Católica Argentina (UCA) 23 de septiembre de 2011
En
 primer término, es necesario asumir que, sea cual sea el lugar en el 
que cada uno se ubique en las distintas ideologías, el estado en que el 
mundo se encuentra es terriblemente desolador, y necesita de acciones 
concretas y contundentes.

Me
 refiero, obviamente, al irracional desarrollo que el sistema 
capitalista ha alcanzado. En ese sentido, es imposible efectuar 
cualquier tipo de análisis sin tener en cuenta la crisis económica en la
 que se encuentra inmerso el capitalismo mundial.
Concretamente,
 es casi ilusorio sostener, como se hace desde los países centrales 
-donde se originó y se desarrolla principalmente la crisis-, la 
supervivencia del sistema capitalista en su fase actual.
En
 efecto, no existe desarrollo posible del capitalismo en el marco de una
 crisis económica de tal magnitud, teniendo en cuenta además que a 
diferencia de épocas anteriores, el sistema se encuentra totalmente 
desregulado –fruto de la política exacerbada del libre mercado, el 
neoliberalismo-, en el cual conviven mercados paralelos sin ningún tipo 
de intervención estatal. Ello hace más probable la acentuación de la 
crisis que su solución.
A eso debe 
sumársele la indiscriminada –y también desregulada- explotación de los 
recursos naturales y estratégicos del planeta. En este sentido, la 
afectación de superficie de la tierra destinada a la producción de 
alimentos para la producción de biocombustible o la simple especulación,
 atenta contra la alimentación de la humanidad, encareciendo el precio 
de los alimentos.
Por último, no 
escapa a la percepción de nadie que dicha depredación y la propia crisis
 hasta impulsan salidas bélicas, aventuras que tienen la doble finalidad
 de fugar hacia delante sin resolver la crisis económica y la de 
acaparar las reservas de gas y petróleo por parte de Estados Unidos de 
Norteamérica y algunas potencias europeas.
En ese marco,
 la educación como posibilidad de salida de la pobreza es un elemento 
esencial, pero inescindible, obviamente, de políticas generales, 
políticas de Estado.
Porque
 la educación está ligada al trabajo, y en proceso de recesión y crisis 
mundial, lo que impera es la desocupación y el trabajo precario.
Justamente
 en la definición de Salario Mínimo Vital y Móvil, está éste que debe 
alcanzar para que el trabajador pueda garantizar la “educación de sus 
hijos” (“salario mínimo vital es la menor remuneración que debe percibir
 en efectivo el trabajador sin cargas de familia, en su jornada legal de
 trabajo, de modo que le asegure alimentación adecuada, vivienda digna, 
educación, vestuario, asistencia sanitaria, transporte y esparcimiento, 
vacaciones y previsión”, art. 116 Ley de Contrato de Trabajo).
Así,
 por un lado, la educación de los hijos la garantiza el salario del 
padre, y el posterior empleo del hijo está ligado al grado de educación 
que haya alcanzado.
Por eso, no
 sólo sin educación no se erradica la pobreza, sino que con pobreza, es 
decir, sin salarios dignos, no se accede a la educación. Esto 
coloca al salario en el centro del debate, y me refiero a salarios 
dignos, obviamente, pero no sólo al salario individualmente considerado,
 sino a la política general de ingresos y salarios que impulsen los 
gobiernos.
Ahora bien, incluso en 
países con largos años de crecimiento económico como el nuestro, se 
plantea una política salarial cuyo horizonte –en el mejor de los casos- 
es superar la denominada línea de pobreza. Pero como vimos, el concepto 
de salario vital excede lo que pudiera considerarse la “pobreza”, ya que
 incluye otras variables que implican una vida digna, como en el caso 
que estamos tratando aquí, la educación.
El
 mundo de los años 30 se planteó salir de la crisis con salarios dignos,
 así lo planteó Roosvelt en EEUU, Perón en Argentina. Ello redundaba en 
mayor consumo, mayor producción, pleno empleo, más educación y formación
 profesional para acceder a mejores empleos.
El
 mundo del Siglo XXI se plantea simplemente la meta de superar el 
hambre, o la pobreza, pero no la vida digna de sus habitantes.
En
 ese sentido, los organismos multilaterales como el Banco Mundial y el 
FMI, pero también las Naciones Unidas, a pesar de la evidencia de los 
efectos devastadores que generaron las políticas neoliberales que ellos 
mismos promovieron las décadas pasadas, no asumieron sus 
responsabilidades. Sólo se atrevieron, tibiamente, en los inicios del 
2000, a promulgar cambios en las políticas públicas, para tender a la 
inclusión y a la “reducción” de la pobreza.
En
 esa línea surgieron propuestas como las de las “Metas del Milenio”, el 
“Pacto Mundial por el Empleo” y otras herramientas discursivas, 
tendientes a conseguir una lavada de cara a sus propósitos y seguir 
gestionando la desigualdad en la distribución mundial de los beneficios 
del proceso económico. En esas metas se propone, por ejemplo, no 
erradicar la pobreza, sino “reducir a la mitad” la pobreza extrema, 
tomando a aquellos que reciban menos de U$S 1 por día o que “padezcan 
hambre”. Paralelamente que se propone reducir a la mitad la pobreza, 
como un gran desafío, lo paradójico es que también se propone lograr el 
“empleo pleno y productivo, y trabajo decente para todos, incluyendo 
mujeres y jóvenes”.
Eso evidencia 
que se concibe que se puede tener trabajo y ser pobre, por lo que, en 
estos términos, podemos promover el empleo sin con ello afectar los 
niveles de pobreza.
Desde la 
perspectiva de los trabajadores, que el empleo siga estando asociado a 
la pobreza es algo inaceptable, y sobretodo desde el punto de vista, 
como ya mencionamos, del acceso a la educación. El trabajo digno y 
respetando las leyes laborales (producto, en gran parte, de la lucha del
 movimiento obrero), y en el marco de un proyecto de desarrollo integral
 de nuestros países, que respete los derechos de sus trabajadores y la 
soberanía de sus recursos naturales, deben seguir siendo la principal 
herramienta de inclusión social.
Por
 eso es importante denunciar la falacia de que tener un empleo es 
simplemente tener un ingreso, cualquiera sea el nivel de ese ingreso y 
las condiciones en las que ese empleo se realiza.
Veamos
 por partes esta falacia: tener un ingreso no es lo mismo a tener un 
empleo: Esto ha quedado instalado como forma de medir y describir a la 
población, ante la necesidad de saber rápidamente la situación 
socioeconómica de las personas, pero es altamente insuficiente. Desde los años 90 la pobreza empieza a ser medida “por ingresos”, es decir, con la ya famosa Línea de Pobreza (LP).
Recordemos
 que esta forma de medir y caracterizar a la pobreza se empieza a usar 
en la mayoría de los países de Latinoamérica, y en la Argentina también,
 con las políticas neoliberales de la década de los 90, justamente 
cuando empezó a resultar difícil describir la situación de la población 
que podía tener satisfechas sus contar “necesidades básicas” (como 
vivienda en buenas condiciones, infraestructura barrial, un adulto 
activo aportando ingresos al hogar, acceso a educación y salud -aunque 
en progresivo deterioro- pero sin los ingresos suficientes para 
satisfacer las demás condiciones de vida de su familia).
Hoy
 seguimos midiendo la pobreza en términos de ingreso, como si la pobreza
 se refiriera estrictamente a poder o no poder sobrevivir, ocultando el 
derecho a vivir dignamente, tanto en términos materiales como simbólicos
 o culturales. Conceptos idealmente contradictorios, actualmente 
conviven, en tanto el discurso y la realidad no los contraponen: trabajo
 y pobreza pueden coincidir en una misma persona, cuando justamente 
aquél debiera marcar la diferencia sobre ésta.
El
 empleo, entendido de esta forma, termina siendo abordado en el marco de
 las políticas sociales y no como entendemos debe ser: parte esencial de
 las políticas económicas y laborales que hacen a la distribución de los
 ingresos en una sociedad.
La 
herramienta de distribución por excelencia es el salario, y el Salario 
Mínimo Vital en los términos que ya explicamos y justa distribución de 
la riqueza eran, y deben seguir siendo, conceptos inseparables. Sin 
embargo, poner el eje en la pobreza e indigencia implica sólo plantearse
 la supervivencia física, sin ninguna relación con la justicia 
distributiva ni con la finalidad social que el concepto de salario justo
 persigue.
Eso redunda, 
indefectiblemente, en la carencia de educación de los hijos de los 
trabajadores, en un círculo vicioso que termina en la marginalidad y, 
muchas veces, en la delincuencia.
El
 Consejo del Salario como institución que fija el SMVM se plantea como 
gran ambición tratar de alcanzar ese límite estadístico, y no ya el que 
establece su definición, definida en función de las necesidades (y no 
sólo las básicas) del trabajador y su familia.
Si
 el Salario Mínimo en la Argentina de hoy debería alcanzar $ 5.000 para 
garantizar la cobertura de las necesidades que antes mencionamos, eso 
implica que al fijarse en menos de su mitad ($ 2.300), el trabajador no 
puede garantizar la mitad de esas cuestiones. Entre ellas, 
indudablemente, la educación de los hijos, que además muchas veces 
tienen que trabajar para colaborar con los padres.
De
 ese camino de ida sólo se vuelve, como dijimos antes, con políticas 
universales. Una de ellas, indudablemente, es la que apunte al pleno 
empleo con salarios dignos.
En
 los últimos años se ha producido la virtual licuación del Seguro de 
Desempleo, que todavía permanece congelado en la suma de $ 400 por mes.
 Una situación similar puede llegar a experimentarse en los planes de 
cooperativas de trabajo conocidos como “Argentina Trabaja”. Además, la 
reciente actualización del monto de la Asignación por Hijo y de los 
topes para persibir las Asignaciones Familiares también ha sido 
manifiestamente insuficiente.
Sobre
 una población económicamente activa de 16,2 millones de personas, el 
50% (8,1 millones) se encuentran en una situación de precarización 
laboral, ya sea por encontrarse desempleadas (1,3 millones), con formas 
precarias de contratación (1,2 millones), no registradas (4 millones), o
 realizando tareas de subsistencia por cuentapropia (1,6 millones).
El
 perfil productivo, según el modelo de desarrollo económico que defina 
un país marcará las pautas de una demanda de empleo, que puede ser 
regresivo, restrictivo, vinculado a actividades sin valor agregado y sin
 calificación de las capacidades de trabajo, o bien un productivo, de 
permanente calificación y con posibilidades de recalificación periódica 
en el ámbito laboral que se traduzca con un mayor ingreso y desarrollo 
de capacidades autónomas de los trabajadores, y no solo con una 
polifuncionalidad devaluada requerida por el empleador.
Lamentablemente,
 al mundo lo siguen dirigiendo banqueros, usureros y burócratas 
internacionales, que en nada piensan más allá de perpetuar sus 
ganancias; a costa de sumir a tres cuartas partes de la población 
mundial en la más absoluta pobreza.
Se requiere por lo tanto políticas de Estado firmes, y pueblos que luchen por su dignidad.
 
DESDE Cali, Colombia excelente análisis para Argentina. IMAGÍNENSE lo que pudieramos decir en COLOMBIA 45 millones: el 60% enla pobreza de éstos el 40% sobreviviendo en el
ResponderEliminar"Rebusque" diario, el resto en la Indigencia, tirados en los andenes y
el los parques.Ruego a ustedes enviar a mi correo estos estudios, Y ademsa"La Educación y el Capital". (Tesis para una polémica. Vicente López).
-Acerca del movimiento Estudiantil. 1972-